domingo, 7 de septiembre de 2008

Mont Blanc



Mont Blanc es el pico más elevado de Europa, por lo que su importancia simbólica tuvo una notable expresión literaria, de la que carecen otras montañas no menos simbólicas, como nuestro Naranjo de Bulnes, pero que han dado lugar a una literatura especializada más bien rutinaria. Con esta afirmación no se menosprecian las apreciables páginas que le dedicaron a «la gran estrella de los Picos de Europa», desde Pedro Pidal a Lueje, pero es que sobre el Mont Blanc escribieron Goethe, Rousseau, Chateaubriand, Victor Hugo, Dumas padre, Senongur, Georges Sand, Gautier, Blaise, Cendrars, etcétera, y éstas son palabras mayores. Con 4.807 metros, el Mont Blanc no sólo es la cumbre más alta de los Alpes sino, como se ha dicho, de Europa, pues según la «Guía Vallot» de 1940, poco «correcta» en materia política, de acuerdo con las entendederas actuales, el Cáucaso pertenece a lo que llamamos Oriente próximo; y añade que se trata de una de las montañas más bellas del mundo. Se encuentra en el departamento de la Alta Saboya, lindante con Suiza (Valais) y las provincias italianas de Aosta y Piamonte, y forma parte de la enorme arista oriental de los Alpes que va de SO a NE desde el valle de Chamonix al de Dora Valtea. A partir de los 2.700 metros se encuentra cubierto de nieves perpetuas y su ascensión, efectuada por primera vez en 1786 por Balmat y al año siguiente por Saussure, «es muy fatigosa y arriesgada, y exige dos días, a condición de poder pernoctar, durante el primero, en la Roca Blanca (Les Grands Muleta), a 3.455 metros», según un diccionario de comienzos del siglo pasado, que lo describe del siguiente modo: «El aspecto de este coloso, visible desde larguísima distancias, es imponente, como tal vez no hay otro en el mundo, gracias a la limpieza con que se destaca entre el dédalo de montañas que lo rodean. Sólo se pueden cultivar en sus laderas algunos robles bajos, algunos cereales y frutales. El resto de la tierra vegetal está cubierta de césped que apacientan los ganados y una raza de carneros silvestres, sumamente bravíos». Añade la «Guía Vallot» que el Mont Blanc tiene seis aristas, la de las Boses, el Mont Maudit, la de Pleuterey, la Innominata, la de Bionassay y la del Brouillard, que de hacerle caso a su nombre, será la más

peligrosa de todas, dado el riesgo que representa la niebla en la montaña, y asimismo, seis vertientes entre las aristas. La velocidad del viento puede alcanzar los 150 kilómetros por hora y las temperaturas descienden hasta los 40 grados bajo cero, en cuyo caso la guía recomienda construir un iglú. La calidad de la roca es mala, lo que facilita los desprendimientos y aludes. «Las enormes variaciones de temperaturas, que en un mismo día pasa del calor más tórrido a un frío polar, imponen frecuentes modificaciones en las prendas de vestir de los alpinistas», advierte esta guía, sensata y utilísima. Ha sido una excelente idea la de Isabel González Gallarza de seleccionar diversos textos literarios referidos al Mont Blanc, publicados por Alba, en un volumen claro, sencillo, bien impreso (como es norma de esta casa editorial), con excelente tipografía y encantadoras ilustraciones de época, que van desde un grabado de la «Cosmografhia Universalis» de Sebastian Münster, de 1550, a la estampa romántica de los Bossons y el Mont Blanc vistos desde Chamonix, tomada de «Nouvella descripción des glacières» de Bourrit (1787) o el fantasmagórico paso de una grieta, de «Der Mont Blanc», de Wilhelm Pitescher (1864), o bien de carácter técnico, como las láminas con distintos tipos de piolets, o costumbrista, como el grabado de un cretino del valle de Aosta, realizado con mucho realismo por Edward Whymper en 1871.
Desde geología hasta
«La fascinación del hombre por la montaña, que bien puede remontarse a la Prehistoria, no se plasma sin embargo en la literatura hasta mucho después, en el período del Romanticismo», escribe Isabel González Gallarza en el prólogo. ¿Descubren, efectivamente, los románticos el paisaje? No opondremos objecciones. Cuando menos, con el romanticismo el paisaje se convierte en protagonista, cuando hasta entonces era telón de fondo. Y a los románticos se deben excelentes descripciones montañeras, algunas de las cuales han sido incorporadas a este libro, como la célebre visión del Mont Blanc por Víctor Hugo: «Esta montaña en ruinas espanta la mirada y el pensamiento», o el relato, un poco displicente, de Chateaubriand, que incluye una portentosa perogrullada, cuando afirma que hay dos maneras de ver las montañas: con nubes o sin ellas, añadiendo que «sin nubes, la escena es más animada». Añadiremos por nuestra parte: naturalmente. «Perspectivas del Mont Blanc» (Alba, Barcelona, 2008), es un libro asimismo animado, en el que el gran monte se observa desde la más diferentes perspectivas, no sólo en el momento de la escalada, sino también en el de la contemplación y el recuento.aventura, de todo hay en este libro breve, y los textos más variados, desde las hazañas de un montañero como Frison-Roche hasta los escenarios de grandes relatos de terror, como «Frankestein», de Mary Shelley, o de aventuras («Un observatorio en la cima» de Blaise Cendrars). A pesar de tanta excelente literatura sobre ella, el Mont Blanc no es una montaña de papel.